sábado, 14 de mayo de 2016

ODISEA EN AMÉRICA (EPISODIO #143)


Habremos recorrido mil metros. Nuestro zángano reducía la velocidad y el potro acataba, encantado. Ya no galopaba, exhausto trotaba como un santo. Nos adentrábamos en una zona boscosa. La vegetación era densa. Los árboles frondosos nos echaban su sombra en la cara. En cierta forma, reconfortaban. Se oía el trino de unos pájaros. El bello gorjeo de unos jilgueros nos llenaba de calma. Ringo se detenía entre unos extraños árboles torcidos. También el drone que como un pájaro ya descansaba en la rama de un pino. Curiosamente tenían los troncos curvados. Qué pinos más extraños. Teníamos que abandonar el caballo. Lo hacíamos. Astor maullaba pero no bajaba del mamífero. No había pasto. Las hojas se repartían a lo largo y ancho de la superficie como un alfombrado. ¡Al fin estamos a salvo!, comentaba Sofía y suspiraba, pero un ruido ensordecedor comenzaba a infundirnos pánico. Tanto era así que Erchudichu daba un salto al vacío. Sonaba a motores enfurecidos. Se multiplicaba, por todos lados. Entre las copas de los árboles veíamos pasar objetos. Los identificábamos: eran drones, cientos y cientos de zánganos cubrían el cielo y nos dejaban enmudecidos. Asistiendo a una odisea, finalizaba una era.
 

FIN DEL CAPÍTULO II

FIN DE “ODISEA EN AMÉRICA”


Continuará… en otra bitácora:
El Bosque de los Sortilegios (Capítulo III)

ODISEA EN AMÉRICA (EPISODIO #142)


— ¡Dios mío, Milo —sollozaba ella con los nervios, desbordándola—, este caballo no marcha!
— ¡Es que no entiendo qué le pasa! ¡Se comporta como una cabra!
Mientras tanto la hormiga reina acortaba distancia, afilando sus mandíbulas para hacernos conocer su rabia. Encima las columnas de insectos no se desarmaban. Nuestra muerte era macabra. ¡Santos zánganos, Erchudichu reaparecía como un rayo! Se ubicaba a centímetros del hocico del caballo, quien reaccionaba cabeceando.
— ¡Nos van a comer vivos! —advertía Sofía, pellizcándome las piernas.
— ¿Cómo podés decir eso?
Volteándome, advertía la poca distancia que nos salvaguardaba de la bestia satánica. No había más de diez metros. La fiera chirriaba y avanzaba. Nueve metros. Ocho. La muerte acechaba. El niño indio atinaba a bajarse del caballo, justo en el momento en que el drone comenzaba a desplazarse en sentido contrario a la reina. Increíblemente el caballo trotaba. El zángano agilizaba su vuelo, el potro acrecentaba la marcha. Para nuestra calma, galopaba. La hormiga maldita poco a poco nos perdía pisada. Estábamos escapando de la parca.


ODISEA EN AMÉRICA (EPISODIO #141)


El niño indio seguía corriendo, en dirección a nosotros, con los brazos levantados. La reina no se daba por vencida. Como una sombra nefasta quería liquidarlo. El caballo movía la cola. Como siempre, desentendido. En buen momento el indiecito lograba alcanzarnos.
— ¿Quién es? —me preguntaba ella, cobijando a Astor con los brazos.
— Realmente no sé quién es, ni qué hace con nosotros, pero nos ha salvado. Deberíamos llevarlo.
— ¿Llevarlo… a dónde?
—Algo me dice que debería acompañarnos.
Lo observábamos. Su cabeza estaba gacha, el cabello negro caía hacia su cara. Me apenaba verlo en ese estado. Sentía que lo conocía de toda una vida, como si fuera un hermano. Tal vez se había perdido y necesitaba nuestra compañía. Sofía sorprendía corriéndose hacia delante, como si buscara generar espacio para que también subiera al lomo del caballo:
— ¡Entonces que venga con nosotros!
Les juro que contemplaba el perfil de su rostro y me emocionaba. Su boca me tentaba a comerle los labios. La amaba con alevosía, desconociendo si mis sentimientos eran correspondidos. Simplemente no me animaba a soltarlos, pero no podía perder el tiempo apreciando sus encantos, aún podíamos convertirnos en el banquete preferido de esos insectos hambrientos. Tendía mi brazo derecho. El indiecito sonreía. Jamás olvidaré su mirada de niño complacido. No pesaba demasiado. En cuestión de segundos ya estaba montado. Sentía sus uñas en la cintura, me indicaban que ya estaba preparado para la huida. Repentinamente un chirrido desaforado nos dejaba sin aliento. Nos volteábamos. Unos pocos metros nos distanciaban de la bestia. ¡Tenemos que irnos!, suplicaba Sofía entre lamentos desesperados. El caballo no partía. Seis talones inquietos ejercían presión sobre sus costillas, sin embargo el desgraciado se oponía a la huida. Nuestro mamífero équido, además de soso, era terco, no nos sorprendíamos.


domingo, 8 de mayo de 2016

ODISEA EN AMÉRICA (EPISODIO #140)


Ya montados a caballo recordábamos que habíamos olvidado al indiecito, el mismo individuo que, si bien nos había salvado de la sombra, nos habíamos metido en problemas con la singular hormiga reina.
— Hemos olvidado al niño indio —se volteaba Sofía para penetrarme los ojos con su mirada de mujer tensa.
— ¿Y ahora qué hacemos?
— ¡Allá viene —le apuntaba con el dedo índice, descansando su antebrazo en mi hombro izquierdo— por encima de la hembra!
No podía darle la espalda, el niño indio corría como un galgo, a escasos metros de la bestia, que lo seguía como si fuera su presa. Dos columnas de insectos, en forma de pirales y con remates piramidales, ennegrecían toda la pradera, por detrás de su reina. Mantener la calma era una odisea.


sábado, 7 de mayo de 2016

ODISEA EN AMÉRICA (EPISODIO #139)


La corona de insectos se estaba desarmando. Tan pronto como un rayo escapábamos de su asedio. El caballo esperaba por nosotros a unos cien metros. Corríamos, pero la hormiga reina seguía nuestros movimientos. En esos instantes de absoluto desasosiego reaparecía Erchudichu para escoltarnos cual granadero.


ODISEA EN AMÉRICA (EPISODIO #138)


— No sé qué estás pensando pero tenemos que arrancar todo este pasto para luego llevarlo a nuestros labios.
— ¿Para comerlo? ¡Milo, estás enloqueciendo!
— Un poco. Una vez triturado, escupámoslo. Tal vez así entiendan que estamos de su lado.
Y eso mismo hacíamos, arrancábamos todo el pasto verdoso para de inmediato llevarlo a nuestras bocas, masticarlo un poco y luego arrojarlo en la corona de insectos que continuaba girando alrededor nuestro. Increíblemente mi idea surtía el efecto esperado porque las hormigas se estaban deteniendo. Y no sólo eso, la reina estaba retrocediendo, sacudiendo sus antenas para todos lados. Créase o no, hasta nuestro gato masticaba pasto.