Diablos, la casilla comenzaba a dar giros, pero no rodaba, como un
torbellino giraba sobre sí mismo. Caíamos al piso. Los objetos se nos venían
encima. Me costaba respirar. Los alaridos de Sofía resonaban en mis oídos.
También los maullidos. Una sensación de malestar en el estómago y la cabeza me
hacía perder el equilibro. Sucesivamente me iba desvaneciendo.