La luna invadía los recovecos: la puerta de salida, abierta a
medias, nos daba la bienvenida. Atravesando obstáculos, abandonábamos la casilla. De pronto oíamos
chirridos. Una criatura se adentraba por la puerta. El miedo me estremecía.
Frente a mis ojos tensos estaba Sofía. Había soltado el gato para preparar la
escopeta. Apuntaba. Dos disparos daban en su cabeza. El olor a pólvora se
colaba en mis fosas. Habíamos asesinado la primera criatura estrafalaria. Se me
erizaban los pelos, a puñetazos golpeaban la casilla. Unos chirridos frenéticos
nos advertían que lo que habíamos hecho les enfadaba. ¡Salgamos!, ordenaba ella
en dirección a la puerta. Poco antes de traspasarla imprevistamente se cerraba.
Una sustancia viscosa mojaba mis tobillos. Sin querer estaba pisoteando el cadáver
yerto de la criatura agujereada.