En un abrir y cerrar de ojos se había parado, como si la casilla no
hubiese rodado. Yo la observaba atónito, pero huir era prioritario, entonces daba
un par de pasos y entrelazando las manos por debajo de mi entrepierna esperaba
su pie para servirle de apoyo y ayudarle a superar la puerta. Apenas un metro
nos separaba del próximo compartimento. Guardando un tenso silencio apoyaba su
pie derecho y se elevaba con la cola en mi jeta. Con los codos en el marco de
la puerta pasaba su cuerpo entero y se volteaba para darnos asistencia. Primero
le pasaba a Astor. Curiosamente se mostraba sumiso. Tenía que poner a prueba mi
fuerza. Sofía daba una mano aferrándose a mis muñecas. En cuestión de segundos abandonábamos
la puerta. El techo era de madera y estaba repleto de objetos. Tanto era así
que golpeaba mi rodilla izquierda con la alacena.