Me volteaba para ojearla. A pesar de tanto pánico me sentía tentado de besarla.
Ni siquiera lo insinuaba. Intranquilo, regresaba la mirada a la traba. Ella se
aferraba a mi cuerpo por la espalda. Tenía la respiración entrecortada. Astor se
ubicaba entre mis piernas. Daba resoplidos. Los oídos felinos tienen la
capacidad de escuchar frecuencias inaudibles para cualquier de nosotros.
Disponía de un espía. Su cuerpo estaba rígido. De hecho se había agazapado, pegado
al suelo con las patas flexionadas. Los extraños seres no daban señales de
ningún tipo. Me sentía una cucaracha.