Sofía estaba sentada en el suelo. Con las piernas cruzadas, apretaba el
gato contra su regazo. Llorisqueaba. Me apenaba verla en ese estado. El cabello
suelto le tapaba la cara. No decía nada. A su lado derecho estaba la Ithaca. En
la misma alacena donde había encontrado el martillo revolvía objetos. En una
cajita de cartón hallaba clavos. Estaba tan nervioso que al cogerlos se me
escaparon de las manos y terminaron desparramados por el suelo. Arrodillado,
hacía un puñado. Me lastimaban la palma de la mano. Necesitaba
conseguir una plancha de madera. No la encontraba por ningún lado. Regresaba al
dormitorio. Mirando por la ventanilla detectaba el paso fugaz de un cuerpo
extraño. Tenía la cabeza ovalada, calva y muy blanca. Era la misma criatura
rara que había avistado en el campo. Se me bajaba la presión. Me sentía
mareado. Para males otro puñetazo me sobrecogía hasta los huesos. Habían
golpeado el techo. Y luego otro, y otro más violento me dejaban perplejo. Sofía
estaba llorando, oía su llanto desenfrenado. Definitivamente
nos estaban sometiendo a un duro tormento.