Desesperados, nos metíamos en la casilla. Curiosamente el gato estaba
en la cocina. Desencajado, trababa la puerta. Sofía no cesaba de indagarme,
alguien había revoleado los choclos y sin embargo no había presenciado nada
extraño. Para no aterrarla le decía que había visto un aparato. No me creía. No
nos costaba nada subir a las motos y huir medrosos por el campo, pero ya estaba
cansado de escapar como una rata. Teníamos que ser valientes, vivíamos en una
república tomada por seres extraterrestres. Ella encendía una vela. Yo apagaba
la linterna. Nos sentábamos en las mismas banquetas que habíamos usado cuando
cenábamos. Me temblaba la mano. También el espíritu, pero tenía que
disimularlo. El gato comenzaba a maullar como un desquiciado. De pronto se oía
un puñetazo. Alguien había golpeado la casilla en alguna parte del dormitorio.
Nos incorporábamos, observando nuestras caras de pánico. Ella sujetaba la
escopeta, yo un martillo que había visto en la alacena. Con la linterna en la
otra mano nos acercábamos al dormitorio. Una de las ventanillas estaba abierta.
Le pedía a Sofía que vigilara la puerta. Asentía con la cabeza. Respirando
hondo me acercaba a la ventanilla. Tenía que cerrarla. ¡Estaba trabada, la
jodida ventanilla ni siquiera se movía! Desesperaba. Necesitaba clausurar los
accesos a la casilla. Con el corazón en la boca, regresaba a la cocina.