domingo, 6 de marzo de 2016

ODISEA EN AMÉRICA (EPISODIO #85)


Tras hartarnos de comer como dos desaforados, pisábamos el pasto. Al igual que los tiranos, el gato se había ausentado. Su ausencia me estaba preocupando. En mi mano derecha llevaba la linterna que Sofía me había prestado. La luz tenue indicaba que las pilas se estaban acabando. El rocío cubría los pastizales. Estaba mojado. Yo lo percibía, mi zapatilla derecha presentaba un agujero en la suela. Pese a que la oscuridad amedrentaba un poco, caminábamos, atraídos por el cielo estrellado. A unos doscientos metros de la casilla nos detenía un alambrado. Del otro lado se imponía un maizal, el mismo que Sofía había invadido para conseguir los choclos.
— ¿No te resulta extraño que el gato haya desaparecido? —soltaba mi duda con los codos apoyados en el alambrado.
—Un poco, ¿para qué negarlo?, si me había acompañado a todos lados.
Las plantas de maíz superaban el par de metros. Yo los alumbraba, como si Astor se escondiera entre los tallos.
—Cuando era un niño solía meterme en los maizales. Una vez me adentré tanto que luego no podía hallar una salida.
En ese ínterin se oía un maullido. Desde el maizal había arribado. Repentinamente reaparecía Astor, corriendo por un surco. Mi corazón se pausaba. Las uñas filosas de Sofía lastimaban mi antebrazo derecho. Extrañamente el gato no se detenía, como si huyera de algo. Con la linterna seguía sus movimientos. Indiferente a nuestra presencia, continuaba avanzando en dirección a la casilla, siempre maullando. ¡Tengo miedo!, se sinceraba, tomando mi mano derecha. Yo también lo tenía. Mi cuerpo estaba tiritando, tanto que hasta tenía que esforzarme para concentrar la luz en un punto fijo. No intercambiábamos palabras, sí muchos nervios, me estaban carcomiendo.