sábado, 5 de marzo de 2016

ODISEA EN AMÉRICA (EPISODIO #81)


Hallar una morada constituía una odisea. La ciudad azotaba mi alma. Casi todas las edificaciones habían sido aterradas. Por tal motivo abandonábamos el casco urbano para adentrarnos en los retraídos y solitarios descampados. Los caminos de tierra podían ser circulados. En un campo avistábamos una caseta. Un monte la rodeaba. A unos cincuenta metros de la casilla había una casa. También algunos galpones, y maizales por todos lados. La tranquera que daba acceso al campo no tenía candado. Ingresábamos. Recorríamos un camino delimitado por eucaliptus centenarios. La casa lucía arrasada, como si un rayo la hubiese asolado. Llegábamos. Era una casilla rodante. Estaba intacta. Tenías las ventanillas bajas. Apagaba el motor de la motocicleta. Bajaba. Sofía seguía mis pasos. No decía nada. Abría la puerta. En el interior de la casilla había una cocina que al mismo tiempo servía de comedor porque en su centro había una mesa, con varias banquetas. Metros atrás, un baño. Apenas contaba con una ducha y era muy limitado. De hecho no cabían más de dos almas. En el fondo, recorriendo un pasillo estrecho, se ubicaba el dormitorio. Dos camas de una plaza me hacían bostezar. Me salían lágrimas. Estaba exhausto. Astor no había entrado, seguía aislado en el campo. En buen momento sentía el pasto. Si yo fuese un gato lo hubiese acompañado, pero no me importaba otra cosa que dormir como un tronco, ni siquiera masticar algo, y eso que mi estómago estaba deseoso de alimentos. ¿Dónde estaba Rita? No podía parar de preguntármelo.