El
cuerpo sin vida se iba marchando. Tal vez había llegado para mostrar la
realidad con desgarro. Mi cabeza era un pandemónium: ¿estábamos solos? Si el
cuerpo flotante estaba putrefacto, ¿en qué momento había expirado? Al igual que
nosotros, ¿había más gente luchando? ¿Quiénes habían comandado la flota de
drones? Estaba desolado. Simultáneamente preocupado: yo también podía
flotar en aquel arroyo, destripado. Sofía y el gato seguían reposando. Tenía que
hacer algo. Cualquier cosa menos echarme en el pasto. La puta madre, me sentía angustiado.
No hallaba sosiego para mi ánimo. Caminaba en círculos, moviendo los brazos
como un pájaro. Para mi desgracia no me elevaban ni un centímetro. Estaba
delgado pero tampoco era un espárrago. Las misteriosas hojas verdosas, enterradas
en el campo contiguo, me remontaban a tiempos lejanos. Cual navegante sin su
brújula andaba desorientado. Encima me sentía indefenso. Recordaba la acacia
negra para recibir un poco de consuelo.