En cuestión de breves minutos bordeamos toda la maraña, sin siquiera
tener que padecer la picadura de los mosquitos embravecidos. El trayecto había sido
más corto. Innegablemente esa cosa sabía lo que hacía, era infalible.
Cuando llegamos al puente tomamos conocimiento de que Sofía estaba
metida en el arroyo. El agua mansa le llegaba a la cintura. Se estaba
higienizando los brazos. Su cabello estaba mojado, como si previamente hubiese
sumergido el cuerpo completo. Parecía una sirena. Su pantalón estaba colgado a la vera del arroyo en
la rama de un árbol. Tenía el corpiño puesto. Al vernos
llegar alzaba los brazos en clara señal de desconcierto:
— ¡Los sigue un aparato! —vociferaba preocupada, metiendo las manos en
el agua como si fuesen remos.
— No tengas miedo, es un tierno.
A todo eso, el drone se perdía de vista cruzando el puente como un rayo.
Perdiendo la calma, abandonaba el arroyo. Una bombacha blanca encajaba en su
cola. El corpiño empapado y el sol radiante que nos escoltaba resaltaban sus
pezones rosados. Su belleza embelesaba. No le daba pudor exhibir su cuerpo. Yo
me hacía el desentendido pero no podía evitar echarle una ojeada. En realidad
fueron varias. Por vez primera la veía en paños menores. Además llevaba mucho
tiempo sin sexo. Tenía pareja, era cierto, pero mis sentimientos estaban
confundidos. Me atraía profundamente. Por sobre todo era una buena compañera.
Son cosas que pueden pasarle a cualquiera, aunque en el fondo sentía un poco de
culpa. Restaban pocos minutos para el mediodía y mi estómago ardía. Tan delgado
estaba que el pantalón se me caía.