miércoles, 23 de marzo de 2016

ODISEA EN AMÉRICA (EPISODIO #110)


A paso lento orillaba la pequeña corriente de agua que, por el cauce del arroyo, avanzaba sin sobresaltos. Un viento suave y agradable ventilaba mi rostro. Los maullidos del gato orientaban mis pasos. Me veía forzado a penetrar un terreno enmalezado. Algunas marañas superaban mi estatura. Sin titubeos me adentraba en la hierba espesa. No contaba con un machete, ni siquiera un palo, por lo que sólo tenía que valerme de las manos. A unos quince metros del arroyo hallaba un alambrado. Estaba intacto. Encorvándome pasaba primero la pierna diestra. Luego la cabeza. Una púa filosa raspaba mi espalda. Metiendo la mano en el cuello de la camisa comprobaba que no me había lastimado. Nuevamente encaminado, usaba las manos para atravesar la maleza. Los mosquitos, deseosos y sedientos, picaban mis brazos. ¡Malditos insectos, no me daban tregua! Lanzando manotazos perseguía espantarlos. A duras penas conseguía agobiarlos. Metro a metro la vegetación se hacía menos densa, sin embargo una ingrata sorpresa me dejaba perplejo: el gato Astor había sido capturado por el mismo aparato que horas antes había abandonado en el poste del alambrado. Sujetado de sus patas traseras por cuatro garras metálicas lloraba cual niño. Estaba incrédulo. A poco más de dos metros del suelo el mismo aparato con que había tropezado intentaba quedarse con mi amigo felino. Astor pesaba demasiado o el zángano desgraciado estaba gozando. No podía quedarme de brazos cruzados, mi amigo, el gato, se había quedado tieso como un palo. Embroncado, aceleraba mis pasos, anhelando atrapar el zángano para despedazarlo y de inmediato sepultarlo.