A paso lento, cabalgábamos por un camino polvoriento, una larga línea
recta entre las campiñas sin dueño. El cansancio me estaba consumiendo. También
a Sofía, que por momentos encorvaba la espalda en señal de sueño. El fragor de los
bombardeos invadía nuestros tímpanos. Nos estábamos adaptando a tanto desgobierno.
Masajeando el cuello del gato me iba durmiendo. Ni siquiera me importaba
conocer el destino de nuestro próximo potrero.