viernes, 4 de marzo de 2016

ODISEA EN AMÉRICA (EPISODIO #80)

 

Juntos a la par, y siempre motorizados, abandonábamos la necrópolis. La ciudad era una lágrima. Las calles seguían despobladas. Una horrible sensación de malestar afectaba mi estómago, pero no tenía ganas de vomitar: las máquinas con inteligencia artificial nos habían dado una bofetada. No podía sobrellevarla. ¿Tienen una idea lo que significa mirar el cielo y no hallar nada, ni siquiera pájaros? Los malvados los habían exterminado. Recordaba a Rita. ¿Acaso el gato la había cazado? No podía abrirle la panza para confirmarlo. El muy cómodo viajaba entre el manubrio y mis piernas fatigadas, como si nada pasara. La luz eléctrica del cementerio me había servido para recargar la batería. Circulábamos por la misma avenida que nos había alejado del centro urbano, sin conocer nuestra próxima estancia. A lo lejos un semáforo se ponía en rojo. Era el primer dispositivo de tránsito que veía funcionar desde que los tiranos los habían roto. Girando mi cuello a la izquierda le pedía a Sofía que desacelerara. Poco antes de arribar a la senda peatonal, frenábamos. El semáforo se volvía a poner en rojo. En aquella esquina yacían los restos de un edificio. Ella me observaba, percibía su mirada enigmática pese a que no la miraba.
— ¿Qué hacemos? —indagaba, preocupada.
—Demostrando a nuestras mentes que aún seguimos siendo seres humanos.
Con el verde puesto, arrancábamos. El drone hallado en el interior del ataúd me había perturbado demasiado.